ONCOLOGÍA Y CARDIOLOGÍA
Efectos de la quimioterapia en el corazón: todo lo que debes saber
Los tratamientos contra el cáncer, como la quimioterapia, han salvado millones de vidas, pero también pueden tener efectos secundarios significativos en otros órganos, incluido el corazón. Descubre cómo afecta la quimioterapia al sistema cardiovascular y qué avances médicos están ayudando a mitigar sus riesgos.
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Los tratamientos contra el cáncer, como la quimioterapia o la radioterapia, han revolucionado la medicina al salvar millones de vidas. La cirugía y la investigación bioquímica ha desarrollado tratamientos más integrales para erradicar el cáncer, como la inmunoterapia y la hormonoterapia.
Estos avances han permitido aumentar las tasas de supervivencia de esta enfermedad tan extendida; sin embargo, la eficacia de estos tratamientos conlleva posibles efectos secundarios que afectan a órganos sanos, incluido el corazón.
El infarto o la insuficiencia cardíaca son algunos de los problemas asociados a la quimioterapia que las últimas investigaciones han puesto en relieve. Esto se debe a que los fármacos quimioterapéuticos no distinguen entre células malignas y sanas, pudiendo alterar funciones vitales como el bombeo cardíaco.
¿Cómo afecta la quimioterapia a nuestro cuerpo?
La quimioterapia es un tratamiento farmacológico utilizado para destruir células cancerígenas. Funciona deteniendo el crecimiento celular y evitando su propagación. Sin embargo, su acción no distingue entre células cancerosas y sanas, lo que puede debilitar el músculo cardíaco, reducir su capacidad de bombeo e incluso provocar arritmias o insuficiencia cardíaca en algunos pacientes.
Aunque no todas las personas desarrollan problemas cardíacos, conocer los posibles riesgos es clave para una detección temprana porque el impacto varía según el tipo de fármaco utilizado, la dosis y la salud previa del paciente.
Consecuencias cardíacas de los tratamientos oncológicos
Algunos fármacos utilizados en tratamientos de cánceres hematológicos -como las antraciclinas o el trastuzumab- se han asociado con insuficiencia cardíaca. Del mismo modo, los inhibidores de HER2 -empleados en ciertos casos de cáncer de mama-, se asocian con un mayor riesgo de daño cardíaco.
Algunos tratamientos basados en las fluoropiridinas empleados para combatir el cáncer de colon, o la radioterapia torácica, pueden incrementar el riesgo de cardiopatía isquémica -la obstrucción de las arterias coronarias-.
No obstante, los avances en la investigación médica están ayudando a mejorar la seguridad de estos tratamientos mediante dosis más ajustadas y nuevos enfoques personalizados y multidisciplinares.
La colaboración entre diferentes especialistas es clave para conseguir un equilibrio entre resultados efectivos de un tratamiento oncológico y las complicaciones que se pueden derivar de los mismos en cuanto a riesgos cardiovasculares.
La cardio-oncología: una nueva especialidad para cuidar el corazón
Ante el riesgo de efectos secundarios cardíacos, ha surgido una nueva especialidad médica: la cardio-oncología. Esta disciplina se centra en prevenir, diagnosticar y tratar problemas cardíacos en personas que reciben tratamientos oncológicos.
Los especialistas en cardio-oncología trabajan en equipos multidisciplinares junto a oncólogos y otros profesionales médicos para ofrecer un enfoque integral. Mediante pruebas regulares, como ecocardiogramas y análisis de sangre, controlan la salud cardíaca y ajustan los tratamientos según sea necesario.
La investigación en este campo avanza rápidamente y se prevé que va a aportar nuevas estrategias para mejorar la calidad de vida de los pacientes.
El médico de cabecera: tu mayor aliado tras un tratamiento oncológico
La prevención es fundamental para evitar complicaciones de cualquier tipo, más aún para aquellas personas que presentan un riesgo más elevado de complicaciones cardiovasculares al haber sufrido tratamiento agresivo para superar un cáncer.
El médico de cabecera del centro de salud es aquella persona a la que un paciente oncológico debe acudir para que haga un seguimiento periódico y más pormenorizado de su salud cardiovascular, prestando especial atención a enfermedades comunes -como la hipertensión, el tabaquismo o la diabetes- y realizando de forma regular pruebas diagnósticas -como analíticas, electrocardiogramas y ecocardiogramas-.
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