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¿Qué es el ‘breadcrumbing’ y por qué es peor que el ‘ghosting’?
Primero fue el ghosting, es decir la desaparición fulminante de nuestras vidas de alguien con quien teníamos una relación sexo-afectiva más o menos fluida, y ahora ha llegado el ‘breadcrumbing’, que es muchísimo peor. Te contamos por qué.
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Las relaciones afectivas contemporáneas, fuertemente marcadas por la tecnología, han dado lugar a la aparición de numerosos términos que, aunque en principio nos puedan parecer divertidos, no son más que el reflejo perverso de nuevas maneras de relacionarnos, enamorarnos y enrollarnos que no habían existido hasta ahora.
Lo explica bien la socióloga Eva Illouz en su libro 'El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas' (Katz Editores, 2020), que trata de entender mejor la maraña en la que se ha convertido nuestra vida sentimental, dominada –sobre todo para las mujeres– por la incertidumbre, que según Illouz es ahora más que nunca un problema sociológico, más que psicológico.
“El sexo casual es una experiencia placentera, siempre y cuando depare a ambas partes una sensación de dominio, autonomía y control. Sin embargo, a menudo genera una experiencia opuesta de desorganización del yo e incertidumbre en al menos un miembro de la pareja que participa en la interacción”, explica la socióloga, quien defiende, además, que ese miembro suele ser la mujer en el caso de las relaciones heterosexuales. Esto se debe, según ella, a que en un mundo en el que sigue imperando el patriarcado, ¿no sería ingenuo esperar que estas nuevas formas de relacionarnos escapen de sus garras?
Así pues, tanto el ghosting (la desaparición fulminante de alguien con quien nos hemos estado viendo regularmente), el benching (hablar con alguien ad infinitum vía Whatsapp o redes sociales sin que ese alguien tenga intención alguna de quedar con nosotras en persona) o el último en llegar, el breadcrumbing, han aparecido en nuestras vidas con el objetivo de minarnos la autoestima en tiempos en que nuestro capital sexual es, paradójicamente, más valioso que en ningún otro momento de la historia. Lo explica bien Illouz: “Vivimos en un mundo colonizado por la hipersexualización de los cuerpos. Los agentes sexuales, tal como los agentes económicos, no solo operan con una conciencia agudizada de la competencia, sino que además adquieren destrezas de autosuficiencia y un sentido general de la precariedad”.
La experta señala, además, que toda esa palabrería que en ocasiones puede hacernos gracia, todos esos ghostings que quién más quién menos ha sufrido alguna vez y de los que, a veces pagando un precio alto, conseguimos reírnos pasado el tiempo, no son más que “Una forma cool de denominar una crueldad, un término que agrupa una manera de legitimar un comportamiento maltratador”. Para Illouz, proceder de esta manera sería una afrenta en cualquier ámbito (laboral, familiar…) y, sin embargo, lo toleramos sin pestañear en un terreno tan delicado como el de las relaciones sexo-afectivas.
El breadcrumbing (que viene de breadcrumb: migas de pan) ocurre cuando alguien transita durante un tiempo indeterminado por ese terreno ambiguo del “sí pero no”. Es decir, que va dejando migas de pan para tener ahí a la otra persona cuando la necesita, sin llegar a desaparecer del todo pero sin acabar tampoco de estar presente. Un clásico en las relaciones contemporáneas, cuyo marco difuso da lugar a que “Una inseguridad generalizada coexista con la competitividad y la desconfianza”, señala Illouz.
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Y, lo que es más importante, ¿por qué el que está al otro lado (teniendo en cuenta que casi siempre solemos ser nosotras) no se atreve, en tiempos de supuesta libertad sexual y empoderamiento, a pedirle explicaciones sobre ese comportamiento? Pues porque, como señala Illouz, hemos interiorizado un mensaje peligroso: que no debemos mostrarnos necesitadas. “La necesidad proporciona la máxima expresión despectiva del otro en una cultura dominada por el ideal de la autonomía”, explica la socióloga, lo que hace que muchas de nosotras aceptemos sofisticados breadcrumbings, que en muchas ocasiones incrementan nuestra incertidumbre, minan nuestra autoestima y nos hacen sufrir, porque estamos convencidas de que ese es el marco en el que se juega, que no podemos cambiarlo y que lo último que podemos parecer es necesitadas.
Así pues, el ghosting conlleva un periodo de duelo más o menos largo y doloroso, pero pone fin a una etapa que hubiese sido mucho más fácil cerrar con una simple explicación por parte del otro. El breadcrumbing, sin embargo, no hace sino alargar la agonía y mantenernos, en ocasiones, prisioneras de algo que no sabemos a dónde va, con nuestra autoestima en manos de alguien que en ningún caso la merece.
Poco se puede hacer, probablemente, en este panorama en el que reina la inseguridad y en que, como dice Illouz, “Las relaciones íntimas, la sexualidad y la familia han adoptado e imitado características del mercado, del consumo y del trabajo capitalista”. Pero sí hay algo que está en nuestras manos, que podemos hacer sin que nos tiemble el pulso y sin miedo a que nadie nos llame mojigatas: cortar por lo sano con ese ligue que va y viene, que un día hace like a todas tus fotos de Instagram y al siguiente ni te saluda, que te manda un mensaje críptico cada tres semanas o te llama ese sábado en que le han fallado todos los planes.
Cortar por lo sano –y, quién sabe, no estamos obligadas a nada pero igual podemos incluso tratar de explicarle cómo nos sentimos si nos apetece– es lo único que tenemos a nuestro alcance para frenar este tipo de conductas que, como dice Illouz, no hacen sino fortalecer una idea errónea de libertad: la idea de que en la actualidad no existe ningún tipo de penalización a la hora de abandonar los contratos emocionales, ya que esto significaría un límite a la autonomía individual, un concepto que se ha tergiversado hasta un punto en que ha perdido buena parte de su esencia.
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