Por Betty M. Martínez
'Doña Bárbara', las leyendas nunca mueren
Hay historias y personajes que recuerdas puntual y esporádicamente. Sin embargo, hay otros que perviven en la memoria de la audiencia. Es el caso de la ‘Doña Bárbara’. El personaje creado por Rómulo Gallegos ya había pasado a la historia de la literatura latinoamericana y la interpretación de Edith González ha convertido a la producción homónima de Telemundo en una de esas telenovelas que permanecen en la historia del género.
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La antagonista es la estrella
Como es bien sabido, las convenciones telenoveleras marcan que las protagonistas femeninas deben ser las "buenas" de la historia. Y es ahí donde 'Doña Bárbara' ya se presenta como un caso atípico. La protagonista es la antagonista, y, encima, la actriz que la interpreta rompe también con esa pseudo-ley no escrita que marca que las grandes heroínas no pueden ejercer como villanas.
Por eso la primera impresión que nos llevamos es la sorpresa. ¿Cómo es posible que la dulce Santa Mónica de 'Corazón salvaje' sea ahora la maquiavélica 'Doña Bárbara'? Pues porque las grandes actrices traspasan las convenciones y los estereotipos y Edith González dejó claro que su talento soportaba cualquier reto interpretativo.
Pero es que, además, ¿de verdad doña Bárbara es la diabla que aparenta durante la mayor parte de los capítulos de esta historia? ¿de verdad es un personaje malvado y cruel? ¿de verdad podemos calificarla como villana?
Recapitulemos. A Bárbara la conocimos como marca la tradición: enamorada de su joven galán, pero, como también marca el manual de estilo, el guion se encargó de amargarle esa felicidad de la forma más cruel y despiadada imaginable.
Es entonces cuando desaparece Bárbara y aparece "la doña". Es entonces cuando la inocente y feliz adolescente se endurece y recubre su corazón y su alma de una capa de acero impenetrable. Podría decirse que Bárbara no es villana per se, sino que la vida la llevó por un camino en el que su principal aprendizaje fue que solo los fuertes, los poderosos, los fríos, los insensibles e imperturbables sobreviven.
Y Bárbara Guaimarán fue una alumna brillante en esta materia. La destruyeron una vez, pero no permitirá que lo hagan en una segunda ocasión y su estrategia para evitarlo es seguir la máxima de que un buen ataque es la mejor defensa. Bárbara no espera a que la agredan. Es ella quien agrede primero, quien amenaza primero, quien dispara primero.
Sin embargo, Bárbara no es tan inquebrantable como quisiera o pareciera. "La doña" tiene un punto débil que, curiosamente, no es su hija, sino un hombre. Bárbara intenta recuperar aquella adolescente que fue cuando conoce a Santos, pero el regreso sucesivo de los culpables de su desgracia complica su objetivo.
Durante gran parte de esta historia Bárbara se debate entre la felicidad con la que siempre soñó y su ansia de venganza. Es más, Bárbara intenta más de una vez dejar atrás el odio y el rencor, pero el daño que sufrió fue demasiado profundo como para dejarlo pasar.
Marisela, de fierecilla a señorita
Sin duda, quien más sufrió el mal carácter de doña Bárbara fue Marisela (Génesis Rodríguez), esa hija a la que no solo nunca trató como tal, sino que, además, tampoco tuvo reparos en hacerle la vida imposible.
Mucho habría que analizar y profundizar en esta atípica relación materno-filial. Por un lado, es comprensible que Marisela no sienta nada bueno por esa madre que destruyó emocionalmente a su padre, le robó su hacienda y provocó que su hija se criara como una mendiga.
Y, por otro lado, no sería descartable que gran parte del desamor de Bárbara hacia su hija se debiera en gran parte a cierta envidia de ver esa felicidad y alegría que Marisela irradia y que la doña perdió hace tantos años. Marisela representa todo lo que Bárbara fue un día y que perdió en una aciaga noche. O tal vez Bárbara se autoprohibía querer a Marisela para no volver a sufrir en caso de pérdida.
Probablemente en este tema haya tantas hipótesis como espectadores, pero lo evidente es que hemos sido testigos de una relación terriblemente extraña, donde madre e hija se acercaban a medio metro un día y se alejaban diez kilómetros al siguiente; donde era muy complicado determinar si la reconciliación que veíamos era la definitiva o era un capítulo más de sus continuos desencuentros.
Eso sí, justo es reconocer que en los momentos complicados de verdad, cuando el peligro era real, cuando la situación era insostenible, ambas se daban la mano (real o figuradamente) y actuaban como lo que eran, como madre e hija.
El tercero en discordia
Y probablemente la relación entre madre e hija hubiera evolucionado de forma distinta de no haber aparecido en escena Santos Luzardo (Christian Meier), el objeto del deseo de la una y de la otra. Ahora bien, ¿qué hubiera pasado de no haberse cruzado Santos en el camino de estas mujeres? ¿Se hubieran acercado antes o no se hubieran acercado nunca? Es cierto que sin él en la ecuación, la tensión hubiera sido menor; pero tampoco hay que olvidar que fue la aparición de Santos lo que provocó las primeras grietas en la capa de acero que recubría a Bárbara.
Pero, elucubraciones al margen, la realidad es que Santos Luzardo ha tenido una evolución podría decirse que peculiar. Llegó a la hacienda Altamira como un hombre de ciudad, honrado, inteligente y defensor de la legalidad.
Sin embargo, en cuanto se cruzó con doña Bárbara toda su racionalidad quedó guardada en la maleta y dejó paso a sus sentimientos e instintos. Todas las evidencias mostraban los tejemanejes de doña Bárbara, pero él insistió una y otra vez en darle una y otra oportunidad.
Y, es más, no fue el lado oscuro de doña Bárbara lo que hizo que su relación naufragara. Su romance murió el mismo día en que Santos comprendió que Marisela no era la niña que él creía ver, sino que era ya toda una mujer.
Es curioso. Él, que tanto luchó por acercar a madre e hija, se convirtió casi de repente en el principal motivo de su distanciamiento.
El resultado final de esa peculiar relación a tres queda para la interpretación de cada espectador. ¿Traicionó Santos a Bárbara al enamorarse de Marisela? ¿Fue Bárbara solo una ilusión y era Marisela su verdadero amor desde el principio? Vista la situación, ¿debió alejarse de ambas para no dañar más su relación?
La otra gran historia de amor
Si bien el extraño triángulo amoroso de Bárbara, Santos y Marisela es el eje central de esta historia, en el margen se dibujó otro romance de los que no se olvidan. La relación entre la maestra Cecilia (Katie Barberi) y el capataz Antonio (Arap Bethke) tiene todos los ingredientes para ser recordada.
Fue el romance de un niño que se hizo adulto esperando a su "mariposa" y que luchó porque se posara en su hombro cuando llegó a su lado. Y no lo tuvo fácil.
Antonio tuvo que luchar, primero, contra su timidez y su inseguridad. ¿Cómo se iba a fijar la señorita de la casa en el capataz? Después tuvo que luchar contra la inseguridad de ella ¿Cómo iba a estar con un hombre “mucho” más joven? Y a continuación, cuando juntos ya habían superado sus respectivos miedos, llegó el turno de enfrentar los elementos externos: la psicosis de Federica, la enfermedad de Lorenzo, la aparición de Lucía…
Eso sí, justo es reconocer que todos los desencuentros de esta pareja han ido siempre acompañados de apasionados reencuentros, que ni siquiera "Madame Fabulé" hubiera podido describir con tanta intensidad.
Una gran familia
Pero 'Doña Bárbara' no es solo una historia de romances casi imposibles, extrañas relaciones materno-filiales o venganzas por afrentas sufridas.
'Doña Bárbara' es también una historia de cómo se crea una familia. De la absoluta lealtad de la tía Cecilia hacia su sobrino. Del cariño y hospitalidad que emanaba de la casa de los Sandoval. De la camaradería y profundo sentido de la amistad que existía entre los peones de la hacienda Sandoval.
Y también de cómo Marisela descubrió en la hacienda Altamira lo que significaba formar parte de una familia, lo que significaba que alguien se preocupara por ella, lo que significaba que alguien la cuidara.
Es más, hasta la gélida "Doña Bárbara" intentó recuperar en ese entorno a la mujer que fue. Aunque, si somos justos, ella también logró crear su peculiar familia. Ninguna madre hubiera cuidado de la doña como Eustaquia lo hizo y ningún hombre fue más fiel que Melquiades.
La despedida de ‘Doña Bárbara” nos deja un sabor agridulce. Por un lado, nos queda el regusto de la felicidad que siempre acompaña a una mesa rodeada de gente que se quiere. Pero, por otro lado, como siempre sucede en las grandes celebraciones, siempre hay una silla que falta, siempre hay una ausencia muy presente.
Sin embargo, como dice el dicho, nadie muere mientras alguien te recuerda y en el caso de "Doña Bárbara" (y de Edith González), esa frase se convierte en realidad porque “las leyendas se quedan en corazón y en el alma de la gente para siempre".
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