BETTY VE TELENOVELAS
Hermanos: el final del cuento del gallinero que se convirtió en un hogar
Ha llegado el momento de decir adiós a la familia Eren y a ese gallinero que fue testigo de muchas despedidas, incontables lágrimas, algunas risas y que, sobre todo, fue un hogar.
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Érase una vez un gallinero que un día abrió sus puertas para cobijar del frío de la noche a cuatro hermanos que acababan de quedar huérfanos. Kadir, Ömer, Asiye y Emel pasaron sus primeras horas entre aquellas maderas desvencijadas, tristes, deprimidos y, sobre todo, preocupados por un futuro que se presentaba lleno de incógnitas.
Aquel día todos supimos que su camino iba a estar lleno de obstáculos, pero ni en nuestras peores pesadillas pudimos imaginar que tendrían que sufrir tantas pérdidas, tantas desgracias, tantas angustias y tanta desesperación. Lo tenían todo en contra, pero había algo por lo que todos querían y debían luchar: Emel.
La luz de Emel
Durante todo este tiempo, los Eren se han esforzado lo indecible por salir adelante. Y en su caso eso significaba algo tan básico como tener un trozo de pan y un vaso de té para desayunar. Algo tan cotidiano como unos zapatos o un abrigo eran productos de auténtico lujo. Pero, sobre todo, para ellos salir adelante significaba que Emel estuviera bien. Porque Emel ha sido el motor que ha evitado que esos hermanos se rindiesen.
El primero que se puso manos a la obra fue Kadir, que no dudó en aceptar cuanto empleo encontró para que sus hermanos tuvieran lo básico. Cuando él murió, el segundo gran golpe que sufrió la familia, fueron Asiye y Ömer quienes tomaron el relevo. Asiye incluso llegó a pasar hambre y a vender su icónico abrigo rojo para atender mejor a la pequeña. Cuando ella faltó, Ömer agarró la mano de Emel y no volvió a soltarla.
Emel vivió en unos pocos años lo que otras personas experimentan en toda una vida. Ha pasado bastante más tiempo en el hospital que en el colegio. Ha estado más veces en el cementerio que en el parque de atracciones.
Sin embargo, en medio de todas sus vicisitudes, Emel ha tenido algo a manos llenas: cariño. Todo el entorno de los Eren se volcó siempre con la pequeña. Sus hermanos, sus tíos (a pesar de las meteduras de pata de Sengül), sus primos, los alumnos del Ataman… Todos tenían claro que la "princesa ratita" era lo más importante.
La fortaleza de Ömer
De hecho, Emel ha mantenido en pie a Ömer, que ha trastabillado muchas veces, pero siempre ha enderezado el rumbo para ser el pilar de su familia.
Tuvo que dejar atrás su rebeldía adolescente cuando murió Kadir y maduró a pasos agigantados tras la desaparición de Asiye porque se convirtió en la única mano a la que se agarraba Emel. Y actuó en consecuencia. No hubo un trabajo que no aceptase, ni una oportunidad que desperdiciase. Aunque su tendencia a la mala suerte no lo abandonase ni un segundo.
¿Ha habido algún empleado más ejemplar que haya perdido más empleos en menos tiempo? Sin duda, no. ¿Ha habido alguien con menos ganas de conflictos que se haya metido en más peleas por los motivos más variopintos? Sin duda, no.
Ömer ha sido una combinación perfecta entre un alumno brillante y un adolescente que terminaba, directa o indirectamente, implicado en todos los enfrentamientos.
Una historia de idas y llegadas
Lo curioso de Ömer es que a la vez que lloraba la pérdida de parte de su familia, se iba encontrando con otros parientes. Perdió a dos hermanos (Kadir y Asiye), pero encontró a otros tres (Harika, Sarp y Yasmin). Harika nunca encajó en su vida, pero sí fue capaz de crear una buena relación fraternal con los hijos de su padre. Y eso que no fue fácil porque el rechazo inicial fue una barrera que costó superar.
Otra herida que Ömer siempre llevará en su corazón es haber sido doblemente huérfano. Perdió a sus padres Eren y también perdió a sus padres biológicos. Eso sí, siempre contó con el cariño incondicional de su tío Orhan, que pese a su carácter un tanto pusilánime, siempre hizo lo que pudo por sus sobrinos.
El personaje imprescindible
Y otra figura paternal que no podemos pasar por alto es la de Akif, sin duda, uno de los grandes personajes de esta serie. Fue el gran villano y a la vez el gran héroe de esta historia.
¿Cómo es posible esa dicotomía? Pues porque Akif tiene una personalidad tan fascinante como compleja. Fue el causante de los grandes males de los Eren, pero también fue su gran protector. Tal vez los Eren no hubieran pasado tantas penurias sin la actuación de Akif, pero tampoco hubieran construido el futuro que han tenido sin su intervención.
A Akif lo hemos odiado y adorado con segundos de diferencia y, a veces, incluso simultáneamente. Estafó a todos sus socios y engañó a todas sus mujeres, pero también fue el primero en presentarse cada vez que había un problema en el gallinero.
Akif intentó compensar sus malas acciones a base de buenos actos y, al final, su mejor versión logró derrotar a su lado oscuro. No sabemos si los Eren llegarán a perdonarlo, pero para nosotros, con sus luces y sus sombras, ha sido imprescindible.
La magia del gallinero
Si Emel fue el motor que mantuvo en pie a Ömer después de todo el dolor sufrido, el gallinero se convirtió en una pequeña isla de paz en medio de la tempestad.
El gallinero tenía goteras y corrientes, pero, a pesar del frío que una estufa sin carbón no podía combatir, allí dentro siempre se generaba un calor especial. Un calor de hogar que consiguió atrapar a todos cuantos cruzaron su umbral, aunque en alguna ocasión hubieran deseado derribarlo.
Desde Harika a Doruk, desde Berk a Sarp, desde Tolga a Yasmin. Todos cuantos empezaron con mal pie su relación con los Eren terminaron por cruzar esa puerta, quitarse los zapatos y sentarse a la mesa a tomarse un té.
¿Por qué? Porque los Eren tenían demasiadas preocupaciones como para perder el tiempo en rencores. Por eso siempre abrieron las puertas de su hogar. Ellos, que nada tenían, no dudaban en compartir esa nada con quien fuera.
La vida fue dura con ellos. Les quitó muchísimo, pero también intentó compensarlos. Su familia se rompió, pero, poco a poco, fueron creando otra familia que siempre supo estar a su lado cuando era necesario.
De hecho, en esa última celebración, que tampoco pudo esquivar la mala suerte, la mesa rebosaba cariño. Allí tuvieron su hueco su abuela, sus tíos y sus primos. Allí tuvieron su hueco sus nuevos hermanos. Allí tuvieron su hueco Berk y Tolga, aquellos compañeros que disfrutaban agrediéndolos y que hoy son hermanos de vida. Allí tuvieron su hueco Nebahat, Ayla y Sevval, aquellas grandes señoras que veían a los Eren como una amenaza para sus retoños y que hoy los quieren como a sus hijos.
Pero en la mente de todos también había sillas vacías. No estaban los padres Eren. Ni Kadir y Melisa. Ni Doruk y Asiye. Ni Sengül. Ni Suzan y Ahmed. Ni la abuela Sevvgi y la hermana de Bahar. Ni el padre de Berk y la madre de Susëm. Ni Harika, Kaan, Cemile, Leyla…
Nosotros también estábamos allí igual que aquel día en el que cruzamos la puerta de ese gallinero y nos acomodamos en esa mesa donde lloramos y reímos con esa familia que es también un poco nuestra. Por eso se nos puso un nudo en la garganta cuando Ömer y Emel cerraron esa puerta por última vez. Por eso nos despedimos de ellos con la tranquilidad de saber que las sonrisas sustituyeron las lágrimas.
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