Sola en el Monte
"Aquí conozco a mis vecinos, deberíamos volver a vivir en los pueblos, a la cooperación": Lucía dejó su vida en Madrid por una aldea de 8 personas
A sus 28 años vive conectada con la naturaleza en su máxima expresión. En una pequeña aldea del Concello do Irixo (Orense), esta joven madrileña busca la paz interior que no conseguía en la ciudad. A través de la autosuficiencia y la pequeña producción de huevos, verduras y carne, afronta una nueva vida.
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Enero solea Galicia en una simbiosis casi tan imposible como la que estamos a punto de presenciar. Juventud y medio rural. El GPS del coche es premonitorio. Perdido él y perdido nosotros. Lucía nos da las indicaciones pertinentes por teléfono: "Cuando empecéis a subir la montaña estad pendiente de la parada de bus y el cartel del concello para seguir hasta la aldea". Por fin orientados. No hay Siri que valga. Tres perros nos asaltan en nuestro último tramo de carretera, sortean perfectamente las ruedas del coche mientras nos acompañan extrañados con sus ladridos, es el hábitat natural del can.
La joven veinteañera de Madrid nos recibe en su nueva morada, una casa centenaria que ha comprado para rehabilitarla y empezar un nuevo camino en su vida. "El precio de la casa y un par de fincas ha sido de 6.000€. ¿Con eso cuántos meses de alquiler pagas en un año en Madrid?", me pregunta. Yo echo las cuentas y resoplo resignado. Acabo de darme cuenta de que empieza mi jornada de reflexión.
Vivir con menos
Trabajaba en discotecas de Madrid. Tenía cerca a su familia, sus amigos, su hogar. Pero había algo que fallaba. "Desde los dieciocho años sabía que mi sitio no estaba entre paredes de hormigón. Dejé todo atrás para llevar una vida más sencilla, volver a las raíces, vivir con menos". Lucía sintió 'la llamada de la naturaleza' y cambió el urbanismo capitalino por las profundidades de lo rural.
Ocho personas habitan esta aldea en el corazón de la Serra do Candán. "Aquí pierde el sentido tener 400 tacones o 20 bolsos. Busco estar plena conmigo y no consumir tanto". Es la huida hacia delante que plantea esta joven, lejos del materialismo y el consumo exacerbado.
La soledad
"Mis padres pensaron que en un par de meses volvería. Llevo cuatro años. Ellos me ven más feliz". Lucía responde con claridad a la inevitable pregunta: ¿Hasta cuándo?. "Me siento menos sola aquí que en Madrid. Aquí conozco a mis vecinos, y me paro a hablar con ellos. Esto ha sido así toda la vida pero se nos ha olvidado. Deberíamos volver a los pueblos, a la cooperación".
Es la apuesta de una joven que echa de menos a su entorno, contar las cosas que le suceden tomando algo con una amiga, pero que ha elegido una cotidianidad más cercana a años pretecnológicos. Acompañada de su inseparable cabra Ruperta y su perra-lobo Guda relata Lucía en la sección 'Silva, tras el Espejo', las rentabilidades inmateriales de la vida en el monte, donde considera que el trato humano es muy diferente al de la ciudad.
Pero no todo lo que reluce en ese paraje natural norteño es idílico. Lucía narra su día a día en sus redes sociales. "A raíz de la exposición en redes se han presentado hombres preguntándome qué hago tan solita aquí. Me han hecho replantearme si es seguro estar sola", nos cuenta la joven ermitaña que se ha llevado algún susto serio con personas de dudosas intenciones que ha tenido que repeler con las armas que usa reglamentariamente para la caza.
"Si llamas a la policía tardan una hora en llegar aquí. En una hora pueden pasar muchas cosas". Esa exposición virtual también la canaliza de forma divulgativa y alentadora. Sabedora de que en pocos años sus vecinos (casi todos en la tercera edad), irán feneciendo, Lucía quiere repoblar la aldea animando a jóvenes de otros sitios a emularle.
Consciente de la acelerada despoblación de la España rural, nuestra amiga @solaenelmonte en redes, fija su objetivo en una explotación de vacas. Trabaja en un obradoiro del pueblo más cercano para ganar un dinero que le permita seguir la rehabilitación de la casa y su labor ganadera. Apagamos la cámara y mojamos pan de pueblo en los huevos fritos que anteriormente hemos recogido de su gallinero. Los pájaros siguen entonando una melodía que nos invita, cuanto menos, a reflexionar. ¿Y si...?
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