CASA DE LA BUENA VIDA

"Con siete u ocho años estaba pinchándome y consumiendo de todo": hablan los huéspedes del último refugio de esperanza para toxicómanos

'La Casa de la Buena Vida' es una especie de santuario terapéutico para aquellos que lo han perdido todo. Drogadictos casi de cuna, expresidiarios, alcohólicos, prostitutas... Algunos de ellos intentaron quitarse la vida antes de caer en manos de 'Chule', una suerte de salvador para estos 'juguetes rotos' que buscan un último suspiro de esperanza entre estas cuatro paredes del barrio malagueño de Palma-Palmilla.

Refugio toxicómanos

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"Lo que la sociedad rechaza. Lo que nadie quiere. Los locos, los marginados. Esos niños jóvenes perdidos". A Jesús Rodríguez 'Chule', le tiembla la voz cuando le pedimos que nos defina qué es 'La Casa de la Buena Vida'. Sabe de lo que habla. Lo ha vivido en sus carnes y en su sangre. "Empecé a consumir cuando tenía diez años. Perdí a dos hermanos por la droga. Es lo que más odio del mundo". 'Chule', gitano malagueño, tuvo clara su vocación sanadora cuando abandonó las drogas y la cárcel. Por ello, construyó una suerte de centro de rehabilitación alternativo. En la ladera de una sierra desde la que se puede ver el mar, custodiando desde las alturas el barrio donde nació y conoció las tinieblas de la calle y la noche, Palma-Palmilla. Allí, una cuarentena de personas en la más absoluta marginación social entregan lo poco que (no) les queda, su dignidad. Rezan a un Dios espiritual al que se aferran a diario y conversan con su dios terrenal, el mejor 'psicólogo' que han conocido nunca, y el único, 'El Chule'.

Un fortín antidroga

"¿Seguro que no traes ninguna pastilla ni has escondido nada, no? Que nos conocemos" Advierte 'Chule' a un antiguo conocido de esta 'hospedería' que llama desesperado a la verja de entrada. Apenas puede tenerse en pie y suplica una nueva oportunidad. "Yo empecé aquí cuando tenía 18 años. Lo he intentado tres o cuatro veces. Ya tengo 42 años. Es esto, o mi muerte, que es lo que me queda". Nos pide que no grabemos su cara, pues casi le cuesta reconocerse en un espejo. 'Chule' activa unos walkie-talkies y llama a dos compañeros para que registren al susodicho. "Tengo chavales que están curados ya. Te entra un tío cualquiera, te mete pastillas en la casa y te revuelve todo esto". Tiene muy claro que allí arriba la droga es el enemigo a batir y ha 'fortificado' la morada de aquellos que rescató de los infiernos de su consumo.

Vidas rotas en reparación

Trini es la veterana de la casa. Lleva trece años desintoxicada. "Me tiré de un puente. Si no es por 'Chule', estaría muerta. La droga ha sido mi ruina, lo he perdido todo". Como ella, algunos de los moradores de 'La Casa de la Buena Vida' pasaron por intentos autolíticos. La muerte ha rondado muy cerca de ellos, la naturalizan y, afortunadamente, hablan de ella en pasado. Sienten haberse agarrado a la última oportunidad que les ha brindado la vida y aprovechan este reportaje para concienciar sobre ello. "Hay gente que se cree que domina la droga, pero la droga termina dominándote a ti". Salva ha sido uno de los últimos en llegar a la casa. Todavía le cuesta expresar con palabras su enfermedad. Su familia le visita cada quince días y hoy nos topamos con Ana, su madre. "Se sentaba en la cama a pedirme dinero. Yo sabía para lo que era pero no quería que robase ni hiciese nada malo. Al final, se lo acababa dando". Salva es de los pocos que mantiene contacto con sus seres queridos. Muchos sienten que los han perdido para siempre, aunque trabajan en la desintoxicación como primer paso para la reinserción. "Tengo dos hijos y cuatro nietos. Esta es la última oportunidad que me queda". Relata Oscar (48 años), que tras pasar por la cárcel e intentar salir del mundo de la droga, encontró referencias de este lugar y viajó de Madrid a Málaga para curarse. Mari Carmen y Juan son pareja. Llevan una semana en la casa y sus testimonios son desgarradores. "Me siento culpable por haberla arrastrado hasta aquí". Confiesa Juan que vendieron su casa para poder seguir consumiendo cocaína, él, alcohol, ella. Entre lágrimas nos manifiesta la culpabilidad de haber llevado a su mujer a un mundo lúgubre y peligroso. Ahora solo piensan en la curación.

Un grito de emergencia

En 'La Casa de la Buena Vida' se convive en armonía familiar. En carestía del afecto familiar sanguíneo, los vínculos desarrollados entre sus huéspedes son de hermandad absoluta. Trabajan conjuntamente en la autosuficiencia alimentaria. Miguel tiene 27 años. Las calles de Granada le atraparon y le llevaron a una vida marginal. Entona bulerías del Albaicín mientras recoge junto a 'el Viejo', otro de los veteranos, la maleza y la hierba que crece en los alrededores montañosos de este entorno. Los tallos de mayores nutrientes los echa a las gallinas y las cabras. "Necesitamos mucha ayuda. Recibimos donaciones y tratamos de ser autosuficientes en la comida. Pero necesitamos unos baños, camas y cocina en condiciones. Necesitamos trabajadores sociales. Esto es lo que esconde la sociedad y la política. Tenemos que ser ayudados". 'Chule' cumple veinte años al frente de este centro no convencional de rehabilitación. No descansa en sus reivindicaciones. Ha conseguido que estas almas solitarias, perdidas entre el hedor de los cartones de las calles más siniestras, de brazos y piernas picoteadas y sonrisas casi inapreciables, encuentren un halo de luz al final de un túnel aterrador.

"Aquello que parecía imposible. Aquello que parecía no tener salida. Aquello que parecía ser mi muerte. El Señor cambió mi suerte, soy un milagro y estoy aquí". 'Chule', predicador evangelista, entona la primera estrofa de esta plegaria musicada. El guiso de patatas que ha preparado su mujer, Lorena, reposa en una olla colectiva. Los animales de la casa acuden al corrillo del patio. Ojos cerrados. Alguna mirada cómplice. Corazón y puños encogidos. Cantan a la esperanza. Cantan a la vida. A la buena vida.

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