Los conciertos de Bruce Springsteen no pueden dejar a alguien insatisfecho, aunque el sonido no sea el mejor. Parece imposible, máxime cuando este 'The River Tour' llegaba al estadio Santiago Bernabéu muy crecido tras su paso previo por Barcelona, donde se inició la gira europea, y San Sebastián; además, había probadas ganas del Boss y de su E-Street Band tras 4 años lejos de la ciudad (las 55.000 entradas, el aforo completo, se vendieron en tres horas).
Lo mismo parece dar que desde su llegada a este lado del Atlántico el leit-motiv de la gira -honrar el 35 cumpleaños de uno de sus discos más míticos- sea una anécdota frente a los conciertos de EEUU, donde lo tocó entero. Aquí elimina los pasajes más ásperos y enchufa a plena potencia el motor de la barca con un combustible basado en grandes éxitos.
Cierto es también que el público estaba entregado e igualmente vendido desde el primer tema, 'Badlands', tan potente como el grueso del concierto, pese al sonido emborronado en el que la mayor parte del tiempo se ahogaban las palabras y los matices instrumentales.
Ni proyecciones ni enrevesados juegos de luces. Experto artesano en el oficio de enardecer a las masas, a Springsteen le basta su música, tres enormes pantallas, un muro de guitarras que por momentos se armaba con seis hombres y algún que otro guiño facilón como un "¡Vamos, Madrid! Más alto", gritado en castellano.
Enseguida llega su primer baño de masas con 'Sherry darling', al que siguen 'Two hearts', 'Wrecking ball' y 'My city of ruins', que va subiendo el nivel del agua con ese "crescendo" poderoso que parece beber de los cantos espirituales, antes de establecer una primera acometida contra las compuertas del dique a lomos de 'Hungry heart'.
El río ralentiza su ritmo entonces para abordar recodos más densos, pero igualmente gratos, especialmente con 'The river', la canción que podría justificar esta noche y toda esta gira, cuando en la oscuridad brota su armónica y se encienden las lamparitas del público en el graderío, como un planisferio súbito. Así marcha la noche.
Pero no, aún queda un último suspiro. Reaparece solo, se planta sobre las tablas e interpreta en formato acústico 'Thunder road', desbordando con esa última gota completamente el dique. Ábranse las aguas, ha vuelto el jefe a la ciudad.